- Reportaje Hong Sang-soo, el genio de las 29 películas básica y esencialmente iguales. Y perfectas
- Berlinale Kontinental '25: Radu Jude desnuda de manera magistral la hipocresía de Occidente en 10 días con un móvil (****)
- Berlinale Blue Moon: la Berlinale se rinde a Richard Linklater y Ethan Hawke en una bella, triste y divertida exhibición de cine desde la palabra (*****)
La última de las 19 películas en competición en la Berlinale del año que nos ocupa fue la primera. Como siempre sucede con el director coreano Hong Sang-soo, su cine es tan idéntico a sí mismo, tan claro y reconocible, que no admite ni sorpresa ni recriminación. Pocos cineastas viven en el entusiasmo sostenido en el que levitan él y su gente. En los últimos seis años solo ha faltado a su cita anual berlinesa en una ocasión, en 2023, y cada vez que ha recorrido la gélida alfombra del Berlinale Palast --que han sido todos los demás desde 2020-- ha entrado en el palmarés. Dos premios del jurado, otro a la dirección y un último a su guion es el inigualable balance de un hombre tan fiel a lo suyo y con tantos fieles que está ahí para que nos olvidemos de todo lo sufrido hasta llegar hasta él. Porque, admitámoslo y contra todos los anuncios de renovación de la mano de la nueva directora Tricia Tuttle, ha habido mucho dolor.
What Does That Nature Say To You (Lo que te dice la naturaleza) es el título de su último y como mínimo anual trabajo (en 2021 fueron tres y el año pasado, dos). Intentar señalar las diferencias con su filmografía anterior se antoja tan improcedente como valorar las litografías de Warhol por lo que las distingue unas de otras. En un caso y otro, en el coreano y el neoyorkino, con la prudencia y la distancia debidas, lo que importa es la repetición casi serial de un principio que busca precisamente lo distinto en lo idéntico, en lo mínimo, en la certeza del reflejo del espectador en cada uno de los personajes esencial y exageradamente humanos. El cine de Sang-soo se alimenta de la casualidad, de lo arbitrario, del capricho de una vida que dicta los guiones el día anterior al rodaje en un proceso continuo de reelaboración. Siempre en directo y siempre vivo.
Ahora se cuenta la historia de un joven poeta que, sorprendido por el tamaño de la casa de los padres de su novia, termina por quedarse a pasar el día con los que quizá acaben por ser sus suegros. Y con su cuñada también. Lo que sigue son ocho capítulos que van desde comedia bufa a la meticulosa descripción de una tragedia invisible y muy cotidiana. Se pasea, se bebe, se come sin parar, se recitan poemas muy malos, se contempla el atardecer y, mientras, ladran los perros. Sang-soo vuelve a ser él, que es una forma de avisar que también somos nosotros. El resultado es exactamente lo que tiene que ser con sus borracheras, sus zooms insospechados y su textura granulada tan cerca de la más real de las irrealidades: una película pensada, diseñada y rodada no tanto para simplemente ver como para vivir directamente en ella.
Si la gran renovación de la Berlinale consistía en que Hong Sang-soo clausuraba la sección oficial y entraba en el palmarés, pues... bienvenida sea. Estamos donde estábamos, pero nada que objetar.
Timestamp: lo otro de la guerra (***)
El documental ucraniano Timestamp (Marca del tiempo), de Kateryna Gornostai, valdría para no caer en el pesimismo pese a todo. El único en su género en la sección oficial cumple de forma preceptiva en su deseo de ofrecer la otra cara de la guerra en Ucrania, la que no sale en los telediarios. La idea no es insistir en el horror, sino en justo lo contrario. La película sigue el día a día, y de forma casi cronológica, de distintas escuelas (infantil, primaria y secundaria) mientras muy cerca explotan las bombas. Digamos que la tragedia no está en lo que se ve, sino en lo que está. La sensación de fingida normalidad cuando ya nada puede ser normal mantiene la propuesta de la directora en una vibración tensa, en una extraña cotidianidad sin dueño, en el mismo limbo a unos pasos escasos del infierno. Tal cual. Bien es cierto que la película es mucho más precisa en la emoción de los primeros pasos, con los críos más pequeños, que cuando, de forma más ritual, avanza hacia las vidas de unos jóvenes que, con su ardor guerrero y sus marchas patrióticas, ya avistan el absurdo abismo de la madurez que les espera.
Y luego, ya, la última. De La cache (La casa segura) (*), del suizo Lionel Baier, solo decir que es, desde ya y oficialmente, la película más discutible exhibida en mucho tiempo. Da lo mismo el lugar y la estación del año. No diremos mala porque no hace justicia. Antes que simplemente mala es prescindible, ya vista y, lo peor, incompresible. Y no pasaría nada si se tratara de una excepción, pero no. No ha habido un día de Berlinale sin un tostón de este porte. La que quiere ser la historia de una familia en las revueltas del 68 parisino como excusa para contar Francia entera desde la Segunda Guerra Mundial (todo eso pretende ser) es solo un desastre. Como comedia es torpe, reiterativa y sin ritmo; como drama es simple y sentimental; y como película seleccionada en un festival clase A es desesperante.
Hong Sang-soo, di algo.